miércoles, 30 de diciembre de 2009

Campo de frutillas

Por un boleto a la luna Paula vendió los gastos de su vida, el resto se lo dio a los pobres. Decían que allá en las estrellas, se encontraba el Locus Amoenus de todo soñador, cada poeta, loco, desesperanzado y sobretodo, gente que estuviera enferma del mundo. Acá, en El campo de frutillas, le prometían vivir tranquilos el resto de sus años, concisos en sus pensamientos y en su libertad. Proponían entre otras cosas, bañarse con agua de luna, lavar sus caras con rayos de sol y mirar sus almas entre las frutas. Cuando Paula despertó del viaje, se dio cuenta que el lugar era más de la misma criatura comercial en la que había trabajado con toda su savia.




Un regalito


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